Es el momento más aterrador para todo surfista.

Un solo error y quedas a merced del océano. Una ola te apalea bajo el agua y allí te mantiene. Te revoloteas, pierdes tu sentido de lugar, tu equilibrio. Tienes que aguantar la respiración el tiempo que sea necesario, aún sin haber tenido oportunidad de tomar una bocanada entera de aire antes de ser lanzado bajo el agua.

Luchas contra el impulso natural del cuerpo, de entrar en pánico. Mantener la calma en el momento es imprescindible para sobrevivir.

Los surfistas de olas grandes entrenan para ello. Esto es DEFCON 1. Para sobrevivir, la memoria de tu capacitación debe ser automática. Las horas en el gimnasio que te dan la fuerza para luchar. Las caminatas sinfín al fondo de la piscina con pesas, aguantándote la respiración por minutos—si lo puedes hacer. Y luego el acondicionamiento mental. Luchando contra el impulso de entrar en pánico. La súbita necesidad aferradora de escapar a la superficie. Aprender a relajarte en el mero momento en que te das cuenta que no puedes distinguir entre la ruta que te libra del peligro o la ruta al fondo del océano.

Esto es cosa de vida o muerte.

Una vez que lo tienes todo resuelto, viene la siguiente ola a atraparte de nuevo bajo el agua. Es como estar dentro de una lavadora de ropa, donde el océano es el agitador. Tomas una paliza tras otra. Giras. Te revuelcas. Sientes esperanza. Con los ojos abiertos, buscas desesperadamente la luz a través de la bruma turbia de la espuma del mar y la oscuridad.

Donde hay luz, hay esperanza.

No te sometas al pánico. Relájate.

Oriéntate. Lucha.

Sobrevive.

Para la mayoría, esta pesadilla es superable. Te puede dejar cicatrices físicas. Te puede destrozar mentalmente.Pero puedes llegar al otro lado.

Los espectadores observan desde el faro cómo los surfistas de grandes olas abordan la ola más grande conocida del mundo en Nazaré, Portugal. [Foto AP]

El 5 de enero, el surfero de olas grandes Lucas “Chumbo” Chianca era parte de un equipo surfeando la bestia – la famosa ola oceánica más grande frente a la costa de Nazaré, Portugal.

Durante las mayores y mejores oleadas, la masa oceánica se empuja durante días hacia la costa, donde se encuentra con un cañón submarino a tres millas de profundidad que canaliza el agua, hasta que estalla su energía a la superficie y produce un muro líquido que en el invierno puede llegar a más de 10 pisos de altura.

Es impresionante. Es peligroso. Una y otra vez la han dominado los mejores surfistas de las olas grandes – el primero en el 2011, el estadounidense Garrett McNamara.

Pero este día, el océano tenía otro plan.

Lucas, considerado como el mejor surfista de olas grandes en el mundo, usaba un jet ski para remolcar a su amigo, su compatriota brasileño y surfista legendario Marcio Freire, a la ola.

Los oficiales en Nazaré describen las condiciones de ese día como “no peligrosas” y estiman la ola entre 11 y 13 metros. Aún enorme. Aún peligrosa.

Para todo intento, siempre está a la espera un equipo de rescate. Y para mayor seguridad, hay un equipo de refuerzo a la mano.

“Lo remolqué a la ola. Entró demasiado profundo y no pudo pasar la ola. Lo aporreó.

“No lo pude hallar.”

Los equipos de rescate se deslizan de carrera a través de la espuma blanca con la esperanza de que Marcio surgiera. Se veían forzados a retroceder antes de que rugiera la siguiente monstruosidad por sobre de ellos, o arriesgaran el mismo destino que su compañero. En cuanto pasaba la siguiente ola, los socorristas de nuevo le daban a todo lo que da.

El tiempo no estuvo de su lado.

“Yo y mi equipo, pasaron cuatro olas y no lo pudimos encontrar,” relata Lucas, con la mirada fija en el agua gris del océano frente la playa Windansea, cerca de La Jolla, California.

Al sentarnos en la cornisa de baldosa bajo el cielo sombrío, Lucas me cuenta que fue el momento más aterrador de toda su vida. Y el más trágico.

“Cuando por fin lo hallamos, había muerto.”

Marcio Freire tenía 47 años de edad. Fue la primera muerte de un surfista conocida en Nazaré. [TN: changed the link to a story in Spanish (at mundodeportivo.com) in case you think it’s appropriate to link to a story in Spanish.]

Tan solo tres días antes de ocurrir esta tragedia, Lucas y su esposa, Monise Alves, se habían enterado que esperaban su segundo hijo, un varón.

Jamás había quedado más claramente plasmado el peligro inherente de su profesión.


Lucas nació en 1995 y fue criado por sus padres Gustavo y Michele Chianca cerca de Río de Janeiro. Para los tres años de edad, su padre ya lo tenía en el agua, trabajando con una tabla de surf pequeña y usando flotantes.

“Mi papá fue quien nos impulsó al surf,” dice Lucas, refiriéndose a él y su hermano menor, Joáo. “Cuando cumplí tres años, comencé a surfear con él; y cuando mi hermano cumplió los tres, yo tenía ocho y todos surfeábamos juntos.”

Al crecer los chicos, montar las olas se hizo su obsesión y pasaban la semana soñando con los fines de semana en la playa.

“Era súper chistoso porque esperábamos ansiosos la semana entera para poder ir a surfear con papá y todo esto. Y así inició nuestra vida y el surf. Así es como surfear se convirtió en nuestro estilo de vida, nuestra labor, y la manera como nos gusta vivir.”

Lucas "Chumbo" Chianca, cerca de La Jolla, California. [Foto de Matthew Fults]

Para cuando cumplió los cinco, Lucas ya entraba en competencias infantiles de surf. Esto todo fue parte no solo de su propia progresión, sino también del estilo de vida en Brasil.

Uno de sus viejos recuerdos favoritos incluye un jet ski, el auto de su papá y su hermano, que en ese tiempo tenía siete años.

“Esto es lo más chistoso,” dice al relatar sus recuerdos, añadiendo que jamás se lo ha contado a nadie. “Siempre éramos primero yo y mi hermano (en el agua) porque yo sabía manejar, pero en ese entonces yo aún no manejaba. No sabía manejar un auto, pero sabía manejar el jet ski con mi hermano.”

Su papá retrocedía el remolque del jet ski al agua y Lucas lo montaba de un salto y lo retrocedía para desmontarlo del remolque. Mientras su papá estacionaba el auto, Lucas y Joáo disfrutaban las primeras olas.

“A primera hora en la mañana, cada oleada éramos yo y mi hermano. Yo manejaba a este chico. Mi hermano tenía siete años cuando tomaba la cuerda de remolque y conseguía una bomba, y yo lo iba a rescatar. Se recuerdan esos momentos. Un momento tan perfecto en mi vida.

“En ese momento era súper aterrante. La adrenalina corría en grande, pero yo solo quería mostrarle a papá que, lo sabemos hacer y vamos a seguir haciendo esto juntos.”

Estos momentos fueron un prólogo silencioso a su futuro. Hasta entonces estaba en la trayectoria que su padre creyera que mejor le conviniera.

“Pasé tantos años compitiendo en surf regular por mi papá, porque él se empeñaba por empujarnos al surfeo de olas pequeñas. Sabes, le gustan las olas grandes, pero él se imaginaba las olas grandes de Brasil, olas de 4 metros, de 3 metros, olas de 5 metros máximo.

Mientras el enfoque de su padre era que Lucas potencialmente tuviera una carrera en algo como la liga de World Surf League, Lucas no lo sentía igual. Él estaba en busca de algo más, de sí mismo y del océano.

Le dijo a su papá que buscaba algo de mayor relevancia. Pero Gustavo no tenía ningún interés.

“Dije que ya no lo quería hacer. Y así, por un año casi dejé de surfear. Ya no quería competir en olas pequeñas porque me estaba súper frustrando, súper triste.”

Claramente, a Gustavo le preocupó su hijo.

“Cuando di el salto a surfear las olas grandes alrededor del mundo, me dice, ‘Eh, no quiero perder a m’hijo. No quiero que muera m’hijo. Así que no te voy a ayudar a hacerlo.’”

En eso entra Carlos Burle. [TN: changed the link to a story in Spanish (at mundodeportivo.com) in case you think it’s appropriate to link to a story in Spanish.] Quizás el surfista brasileño de olas grandes más radical y espectacular. Allá en el 2001, cuando Lucas tenía apenas seis años y detestaba las competencias infantiles, Carlos montó una ola de 22 metros en Maverick, en la costa norte de California, que en aquel entonces se consideraba la ola más grande que jamás se había montado.

Doce años más tarde, Carlos surfeó la ola que podría decirse la más grande en la historia, estimada a más de 33 metros. Esto fue en Nazaré.

Hace siete años, Carlos y Lucas comenzaron a trabajar juntos. El brasileño legendario compartiendo su sabiduría con el futuro rey brasileño del surf.

Según la perspectiva de Lucas, Carlos cambió la trayectoria de su carrera.

“Me encanta decir que yo y Carlos somos como el yin y el yang. Él es como un tipo Buda. Está en la meditación, la yoga, la súper calma. Pero tiene toda esa energía en su interior; y yo soy lo opuesto. Siempre tengo energía, siempre animado, siempre como súper acelerado, y siempre me hace falta quien me aplaque. ‘Ya bájate, a enfocarnos,’“ dice Lucas.

“Metamos toda esta energía de una manera, y a conseguirlo. Era una locura ver lo bien que funcionaba todo para nosotros. Y si no fuera por Carlos, no estaría aquí realizando todo esto y ganándome todos los títulos, lo que logré.”

Cuando Lucas habla de Carlos, le surge una sonrisa nostálgica. Se le agrandan los ojos. Tal vez sea respeto por lo que Carlos ha logrado; tal vez sea respeto por lo que han logrado juntos. Pero su impacto es innegable.

“La cosa es que, tengo demasiada energía, así es que le entraba a unas mil olas en un buen día, sin fijarme en la calidad. Tú sabes, sin enfocarme en las más grandes, en las más perfectas, las más peligrosas.

“Pues Carlos fue la persona perfecta para ponerme en la ola perfecta. Un año él fue mi mentor el año entero. Y después de ese año entero, le dije, ‘Carlos, te necesito por siempre. Tal vez, yo no sé. Te necesito a mi lado porque el trabajo en equipo – lo que hicimos funcionó, es tan bueno y funcionó tan bien para nosotros. Así que quiero que sigamos así, ¿sabes?’ Solo quiero seguir avanzando. Y siento como que cuando somos equipo, siempre somos más fuertes, más listos para cualquier situación.

“Así es que es un placer ser compañeros. Es un sueño y aquí por seguro, uno de mis más grandes ídolos que he tenido en toda mi vida, y ahora con él a mi lado, siento que soy intocable.”


A los doce años, Lucas surfeaba olas de más de 3 metros. En el contexto de lo que hace ahora, parece cosa pequeña. Pero no es así. En el sur de California, con su enorme cultura de surf, una ola de 3 metros puede ser más de lo que pueden dominar los amateurs. Y para el resto, sería algo destacado en toda su vida.

Surfistas de olas grandes – y quienes aspiran a esa fama – aprenden a montar cada vez más. Es una progresión que toma años.

“Entre los 12 y los 20, tuve unos viajes en mi vida donde me ayudó mi papá a ir a Hawái, a México. Pero fue paso a paso, de los 12 a los 20. Fue como, olas de 3 metros, luego de 4. Y luego fuimos a Hawái y eran de 7 metros. Y después de eso fue Jaws, que fue un gran salto,” relata Lucas.

En el 2015, a los 20 años, Lucas tomó el siguiente gran paso en su trayectoria de olas grandes. Conocido oficialmente como Pe’ahi, el famoso rompeolas se encuentra en la costa norte de Maui. Las oleadas dan contra una cresta submarina, produciendo condiciones largas pero impredecibles. Las olas en Jaws pueden llegar a 20 metros, pero consistentemente llegan a los 10.

Este fue su siguiente paso.

“Jaws es el punto óptimo para toda ola grande,” dice Lucas. “Jaws fue el ímpetus, el punto de inflexión para todos quienes surfean las olas grandes.

“Era bastante aterrador. Pero lo quería hacer por mí mismo, ¿sabes? Era como, quiero probármelo a mí mismo, ‘Yo puedo. Yo puedo hacer esto.’ Sé que papá dijo que no estoy listo. Pero yo me digo, ‘Estoy listo para eso.’ Y así fue que cambió mi vida. Y cuando tuve esa sesión en Jaws, tomando las olas y surfeando con los nombres más grandes en el mundo en esa alineación.

“Así que, bien, sentí como que encontré mi lugar, lo que quiero hacer por el resto de mi vida. Este es el tipo de surf que quiero hacer. Encontré el lugar donde me sentía a gusto, enamorado, y con la mayor felicidad de toda mi vida.”

Dos años después de dominar a Jaws, compitió en el 2017 Nazaré Challenge. El año siguiente, ganó el evento, dando inicio a una serie de títulos que lo propulsó a la cumbre del deporte.

En el 2020, formó equipo con su buen amigo Kai Lenny para ganar el reto de surf remolcado en Nazaré. En el 2022, ganó de nuevo, esta vez con Nic von Rupp.

Lucas cree que apenas está entrando en calor. Figuró prominentemente en la 2ª temporada de 100 Foot Wave de HBO. El año pasado completó una aérea de 360 grados en Nazaré, una movida artística que se considera sumamente peligrosa en esa ola. Fallar en ese momento podría resultar en la muerte.

Lucas Chianca realizó esta maniobra aérea en Nazaré, Portugal. [Foto AP]

Lucas cree que está en su momento. Aún queda lejos de cumplir su acto final.


Estamos a finales de julio y Lucas y su joven familia se encuentran en California, esperando el nacimiento de su hijo. Su esposa, Monise, lleva nueve meses de embarazo y está por dar a luz. Lo llamarán Zion. Su hija Maité nació a principios del 2022.

“Mi esposa es mi amor. Ella cambió mi vida y lo ha hecho todo mucho más fácil para mí. Y ahora tenemos una bebé, Maité. Es una niña preciosa. Es nuestra beba, nuestro encanto y estamos enamorados de estos momentos, sabes, llenos de amor.”

“La palabra que domina en mi mente ahora es ‘amor’. Y vivimos en el mejor momento. Estoy súper emocionado y orgulloso.”

Con el nacimiento inminente en mente checa su móvil a cada momento para asegurarse de no perder una llamada o un mensaje. Este viernes por la mañana, solo hay un surfista en el agua en Windansea, un lugar que Lucas disfruta cuando está en California.

Sin nada que surfear este día y a punto de cambiar su vida con la adición familiar, se encuentra de buen humor. Simpático y sonriente. Listo para conversar, especialmente acerca del surf.

En la misma cornisa con vista al Pacífico donde compartió la trágica historia de la muerte de su amigo, le pregunto qué es lo que viene después. ¿Qué te queda por conquistar?

“La próxima meta ahora es seguir en busca de los títulos, seguir tratando de lograr todos los títulos y tratando siempre de montar las olas más grandes en los días más grandes. Pero seguir haciendo lo que estoy haciendo, como surfear alrededor del mundo. Surfeando las mejores olas del mundo y logrando las mejores ejecuciones que nunca.

“Así es como deseo vivir.”

Suena glamoroso. La fama produce un gran peso. Su deseo por la siguiente ola gigante no se encuentra con el alma de un ser despreocupado. Con el cuidado de su joven familia y potencialmente muchos más títulos e ingresos por patrocinios en su futuro, toma lugar una conversación entre tres cuando se encuentra en el agua.

Se refiere al Ángel y al Diablo hablándole a él, posados en oposición en cada uno en sus hombros. Lucas es la tercera parte en esta conversación.

“Cuando surfeamos en un gran día, siempre es así. Y hablas contigo mismo todo el tiempo y te sientes como, ‘Bien, estoy listo. Quiero hacer eso, y hacer esto. Quiero hacer aquello.’ Pero cuando vas rumbo a esa ola y miras hacia abajo y dices, ‘¡Ey! Llegó la hora.‘

“¿Qué es lo que quieres escuchar?”, se pregunta.

“¿Quieres oír la voz del Ángel? ‘Síguete de largo. Sal de aquí.’ ¿O quieres hablar con el Diablo, en el hombro opuesto? ‘¡Órale! ¡Síguele y hazlo! Da la vuelta.’ Es como nuestro juego, lo que hago conmigo mismo.

“A la vez, tenemos que hablar con nosotros mismos y con nuestro de mente y decirnos, ‘¡Ey! ¿Quieres hacer esto ahora? ¿Quieres hacer la mejor ejecución que nunca en esta ola, la ola más grande que nunca? ¿O quieres solo montar esta ola, que todo salga bien, sin peligro?’

“Así es que tienes que decidir. Hay veces en que le damos un poco más duro.”

Toma una pausa. Le sube una sonrisa al mirar el Pacífico. Como que se pierde en el momento, como si estuviera viendo una película que lo proyecta sobre la ola de 33 metros. Mira a su futuro.

“Así es como me encanta vivir.”